La Revolución Neolítica, un periodo crucial en la historia de la humanidad, marcó la transición de un estilo de vida nómada de caza, pesca y recolección a las prácticas sedentarias de la agricultura y la ganadería. Esta era, que se desarrolló a lo largo de miles de años en diversas regiones, sentó las bases para el surgimiento de sociedades complejas y el nacimiento de la civilización.
Nuevas investigaciones cuestionan creencias muy arraigadas sobre los orígenes de la agricultura. Mientras que Oriente Próximo se ha considerado tradicionalmente la cuna de la agricultura primitiva, recientes descubrimientos en lugares como Tailandia sugieren un comienzo más extendido y diverso. Tres teorías principales explican el auge del estilo de vida neolítico: la evolución social, la presión demográfica y el cambio climático. El argumento más convincente vincula el advenimiento de la agricultura a climas postglaciares favorables que propiciaron el crecimiento de cereales silvestres, lo que impulsó a los primeros humanos a asentarse y finalmente cultivar estos recursos.
Cuando los humanos empezaron a recolectar cereales silvestres, pasaron lentamente de la recolección a la agricultura deliberada. La necesidad de una cosecha rápida llevó a la creación de asentamientos permanentes cerca de los campos de cereales, lo que marcó el nacimiento de la vida aldeana. Con el tiempo, los primeros agricultores neolíticos desarrollaron técnicas para procesar los cereales, haciéndolos más digeribles y dando lugar a alimentos básicos como las gachas de avena y las primeras formas de pan.
La domesticación de animales fue otro acontecimiento crítico durante este periodo. Los primeros agricultores domesticaron herbívoros como ovejas y cabras, que les proporcionaban carne, leche, lana y mano de obra. La leche, inicialmente un beneficio secundario de la domesticación, adquirió cada vez más importancia, dando lugar a la creación de productos lácteos como el yogur y el queso. Estos avances impulsaron significativamente la productividad agrícola y contribuyeron al desarrollo de comunidades asentadas.
En el Neolítico también se extendieron las prácticas agrícolas por todo el planeta. En Asia Central, los pastores nómadas descubrieron inadvertidamente el queso y la mantequilla, mientras que la miel se convirtió en un recurso apreciado en toda la antigua Eurasia. A medida que se extendían los conocimientos agrícolas, los primeros agricultores se adaptaron a los nuevos entornos, cultivando diferentes cosechas y afrontando retos como las plagas y el agotamiento del suelo.
Alrededor del año 5000 a.C., la innovación del regadío en lo que hoy es Khuzistan, cerca del Golfo Pérsico, marcó un punto de inflexión. Este avance condujo a un aumento de la productividad agrícola, al crecimiento de la población y, finalmente, al surgimiento de sistemas administrativos y centros urbanos, lo que marcó el inicio de la civilización.
A medida que las sociedades se hicieron más complejas, los papeles de hombres y mujeres cambiaron. Inicialmente políticamente iguales, la llegada de la agricultura impuso más cargas a las mujeres, liberando a los hombres para las actividades intelectuales y conduciendo a la dominación masculina. La religión evolucionó paralelamente a estos cambios, y las sociedades agrícolas se centraron en los mitos de la fertilidad y la resurrección, mientras que los pueblos nómadas adoraban a dioses creadores.
Las prácticas neolíticas se extendieron por África, América y Asia. En Egipto, las fértiles llanuras aluviales del Nilo facilitaron el surgimiento de una de las primeras civilizaciones de la historia. En América, el maíz, las judías y la calabaza se convirtieron en alimentos básicos, mientras que en Asia, importantes yacimientos neolíticos revelan los primeros avances en agricultura y asentamientos. La domesticación del arroz en Asia sustentó a grandes poblaciones y desempeñó un papel crucial en el desarrollo de la primera civilización china.
La Revolución Neolítica fue una época de transformación que remodeló la sociedad humana y dio lugar al mundo complejo e interconectado que conocemos hoy. A medida que surgen nuevos descubrimientos, aumenta nuestro conocimiento de este periodo, que ofrece nuevas perspectivas sobre los orígenes de la civilización.