La comida no solo es parte de la historia humana; *es* la historia humana. Sin comida, no existiríamos, y mucho menos tendríamos una historia que registrar. Durante más de 50,000 años, nuestra búsqueda de alimento ha impulsado el curso de la sociedad humana. Ha moldeado cómo hemos crecido, dónde nos hemos asentado y cómo hemos interactuado entre nosotros. La comida ha estado en el centro de todo, desde la expansión de las ciudades hasta el ascenso y caída de imperios.
Cuando lo pienso, la comida ha influido en tantos aspectos de nuestras vidas, más de lo que podríamos darnos cuenta. Ha dictado cómo se estructuran nuestras economías y cómo se toman las decisiones políticas. El comercio ha prosperado gracias a ella, y se han librado guerras por ella. La comida incluso ha llevado al descubrimiento de nuevas tierras mientras los exploradores buscaban nuevas fuentes de sustento.
En la religión, la comida ha trazado líneas entre las creencias, con leyes dietéticas que definen la separación entre diferentes credos. En la ciencia, es fascinante darse cuenta de que las primeras prácticas culinarias sentaron las bases de la química. La rueda hidráulica, utilizada inicialmente para moler grano, se convirtió en una parte crucial de la revolución industrial. La medicina también estuvo profundamente conectada con la dieta durante siglos, y hoy en día, estamos viendo un retorno a esos principios.
La guerra y la comida también están inextricablemente ligadas. Los ejércitos esperaban recolectar la cosecha antes de marchar a la batalla, y a menudo eran las fuerzas mejor alimentadas las que triunfaban. La comida ha sido un marcador de estatus social: lo que había en tu mesa decía mucho sobre quién eras. Incluso la forma en que diferentes grupos ven la comida, como la división de larga data entre vegetarianos y carnívoros, ha influido en las relaciones entre las personas.
A pesar de todas estas verdades innegables, no puedo evitar sentir una cierta ironía cuando observo nuestro mundo moderno. Hemos logrado cosas increíbles: viajes espaciales, tecnología avanzada, incluso la capacidad de destruir nuestro planeta. Sin embargo, después de todo este progreso, millones aún mueren por falta de comida. La economía de un continente entero puede verse distorsionada por algo tan simple como el precio de la mantequilla. Un país pequeño como Tailandia puede quedar económicamente paralizado por un conflicto sobre piensos. Incluso en lugares como Australia, los agricultores quiebran debido a los subsidios pagados a competidores a medio mundo de distancia. Y no olvidemos que algo tan icónico como la hamburguesa estadounidense puede verse amenazado por una mala cosecha en Rusia.
La comida sigue siendo tan crucial y tan contenciosa como siempre. Es un recordatorio contundente de que, a pesar de todos nuestros avances, seguimos estando muy a merced de la naturaleza y de nuestros propios errores. La idea de que hemos superado nuestra dependencia del mundo natural para obtener alimentos, o de que ya no somos ignorantes al respecto, se siente tambaleante en el mejor de los casos. La historia nos ha mostrado que, aunque el contexto pueda cambiar, el papel fundamental de la comida en nuestras vidas no lo hace.